viernes, 9 de octubre de 2009

Rocío Matamoros, una artista a la Valldigna.



Se ha comentado alguna vez, que detrás de todo pintor, se esconde siempre un poeta; cosa, por otra parte, nada sorprendente, si tenemos en cuenta que, independientemente de la rama del arte escogida, todo artista, guardará siempre algo en común (en sus gustos, en su carácter, en sus amores, en sus odios…) con sus colegas en las otras disciplinas.


Si todo esto es así, Rocío Matamoros Valdés es una prueba más que evidente de la veracidad de tal afirmación, ya que, después de haber dado a conocer al público, su obra pictórica y escultórica, ahora nos ofrece una recopilación de muchos de sus poemas y relatos escritos a través de los años.


Rocío Matamoros nació en México D. F. de padre español y madre guatemalteca. Sus padres, intelectuales y artistas polifacéticos, le inculcaron, lógicamente, ese amor al arte y la literatura que siempre parece haber acompañado la vida de esta mujer.


Después de haber pasado su infancia en Venezuela, su familia se trasladó a Madrid, donde estudió en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios. Los avatares de la vida la llevaron, ya casada, a trasladar su residencia a diferentes lugares del norte de España. Lugares que dejarán una profunda huella en esta artista de carácter soñador y apasionado. Esto y, sobre todo, la muerte de su padre, periodista, pintor, escultor, profesor y gran maestro para su hija, la alejarán del mundo del arte; aunque no del todo, ya que el encargo de unos cuadros para restaurantes chinos (país muy próximo sentimentalmente a nuestra artista) le hacen recordar su verdadera vocación. Pero no será hasta el año 2000 cuando decide terminar sus estudios –hasta ahora inconclusos– en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios de Tenerife, ciudad donde había fijado, poco antes, su residencia.


Una vez terminada su carrera, empezará a pintar de nuevo y a presentarse a diferentes concursos canarios de escultura. Entre los cuales podemos destacar el concurso sobre Deportes Canarios, patrocinado por el Gobierno de Canarias, del 2002, la Muestra de Formación Profesional del 2002 de Santa Cruz de Tenerife, la exposición de alumnos de la Escuela de Arte “Fernando Estévez”, también en Santa Cruz, la exposición de alumnos de la Escuela de Arte “Fernando Estévez”, el primer concurso de la Asociación de Escultores “Canarte”, en pro de la mujer rural, 2002. También por esta época presentó por primera vez algunos de sus trabajos literarios en diferentes certámenes de poesía y narrativa. Concretamente al Concurso de Poesía “Julio Tovar” y al Concurso sobre la Violencia de Genero, patrocinado por el Instituto Canario de la Mujer


Realmente, podríamos calificar su vida artística en esta etapa de, si no intensa, sí al menos muy activa; ya que también dio clases de títeres durante un año e hizo dos representaciones en un colegio público. Y esto nos lleva a hablar de otra de las facetas de Matamoros, que no sabemos si sería justo tildar de menor: el teatro. Ya de pequeña conoció este fascinante mundo, de la mano de su padre, que fue director teatral y gracias al cual, llegó a participar en pequeños papeles. De esta temprana semilla le quedó una afición permanente a la lectura de todos los dramaturgos, especialmente los clásicos. Y también a su escritura, como se muestra precisamente en este libro con “Un día cualquiera”, obra breve en seis actos, donde se resumen, en palabras de la propia autora, la monotonía, el hastío, el cansancio de una pareja sin amor.


Pero no será hasta el año 2006, y con un nuevo cambio de residencia (esta vez en un pueblo de la costa valenciana), cuando empezará a exponer su obra de cara al público. Lugares como la Casa de la Cultura de Benifairó de la Valldigna, la sala de exposiciones del Casal Jaume I de Gandia, el Café-Pub “Magik Natura” de Tavernes de la Valldigna o el Bar-Galería “La Hemeroteca” de Madrid.


Con la publicación de este libro, Rocío Matamoros Valdés nos muestra su carácter, un poco a la manera renacentista, de artista completa y polifacética. La literatura, como ya se ha dicho, ha acompañado siempre la vida de esta mujer, y fue durante su infancia venezolana cuando le publicaron su primera poesía en la revista Kena, cuyo gerente y maquetador era su propio padre (también existía una sección juvenil llamada “Kenita” en esta revista venezolana a cargo de su madre Theresa Valdés). De todo esto le quedó a la pequeña Matamoros (la menor de tres hijos) una afición, que nunca perdería a la lectura (esencialmente novelas) y a la escritura; aunque no ha sido hasta ahora, cuando por fin se ha decidido a dar a conocer al público lector, parte de su obra escrita.


A pesar de todo lo dicho hasta ahora, creemos que no debería pensarse que estamos ante una persona ensimismada para la que no existe otra cosa más que su mundo interior, ya que esta mujer ha confesado en múltiples ocasiones que para ella el arte es tan sólo una forma de vida, de ver o interpretar las cosas, que no debe acaparar el resto de actividades del ser humano; ni menos aun reducir el tiempo necesario para disfrutar de cosas tan queridas para Rocío Matamoros como leer, caminar, viajar, escuchar música o dedicarse a la familia.


En todo caso, lo que sí nos parece seguro es que Rocío Matamoros Valdés nos parece una artista a tener en cuenta en todas las diferentes creaciones que emprende y emprenderá. Una artista tan original que es capaz de interpretar cualquier realidad en algo único e intransferible. Una artista, cuya mirada llena el mundo –y también al público que contempla su obra– de magia, belleza, miedo e incertidumbre. Seguiremos con interés e impaciencia su futuro desarrollo artístico.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo artista, con su obra, quiere cambiar algo y Rocio también, por supuesto...
Cambiar el Seat, el colegio de las niñas, la casa, el novio...
Te conozco y sé que eres igual que yo y que cualquiera. Yo no temo decir que soy mercenario, los políticos y los artistas se tienen que esconder detrás de una máscara, son débiles después de todo...
Quieren el PODER, como todos.